9 ago 2009

Carnaval

Muy lejos ya del ruido matinal y de las aglomeraciones urbanas, caminaron por aquel suelo de madera adornado, lleno de multicolores luces y espejos, sin hablar, atentos a cada juego de luces, distantes de pensar en que sucederá. Ella no era de las se perdía mucho, ni él el mejor ideador de panoramas, si él le hubiera prometido ir a Japón, ella hubiera aceptado con gusto, pero el peso de la realidad y de la rutina los obligó a seguir caminando, recorriendo cada uno de aquellos pasillos llenos de gente corriendo ajena a tales pensamientos y centrados en lo bello de las luces y caramelos. Sería tan fácil fingir que no aquello volviera a suceder que por un instante aquellas miradas compremetedoras e indirectas apaciguaron los gritos y la música, la esperada tarde, anaranjada, los obligó a sonreirse el uno a otro y atravezando ese frío tardío de la recíen empezada noche subieron a aquella alta rueda, mirándose y hablando de los cumpleaños atrasados, las historias de cuando eramos chicos y los perros que habían conocido en el camino, sin nada más que hacer que mirar a la rutinaria ciudad encenderse, después de todo, siempre habían estado vivos.

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